Por un lado o por el otro, el motivo principal de tales acontecimientos era celebrar su paso de niña a mujer. Y aunque hoy en día no hagamos obsequios al Dios Sol o el chambelán se vaya a convertir en nuestro esposo, la idea de la transformación persiste y se refleja en muchos de los rituales que aunque adaptados, literalmente “hacen nuestro quinceañero”.
Sería impensable concebir nuestra fiesta sin la entrada triunfal o el vals. Menos aún sin el brindis de honor y el baile general. Y qué decir del hermoso vestido, que es una de las cosas con las que más soñamos cuando estamos a punto cumplir los quince, que es la edad promedio en que ya somos consideradas unas “señoritas”.
Como ven, son muchas las cosas que nos transmiten la idea de que estamos creciendo y de que nuestra familia y amigos comparten con especial alegría ese momento, mezcla de las más grandes y contradictorias emociones. Pues si bien queremos que llegue inmediatamente, a la vez nos morimos de miedo de que todas las miradas estén puestas en nosotras.
No obstante las dudas y los temores, las chicas siempre queremos ser el centro de atención. Y qué mejor si es en una noche llena de gala y diversión íntegramente dedicada a “presentarnos en sociedad”.
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