Pero no se trata sólo de tintinear los cristales y decir unas cuantas palabras. Hay que ser muy cuidadosas al planificar en qué momento y cómo lo haremos, pues es la muestra más clara de agradecimiento a las personas que nos acompañan en esa noche tan especial.
El brindis suele marcar la antesala a la fiesta propiamente dicha. Y si bien debe ser preparado con anticipación, hay que tener en cuenta que si es muy largo podría causar aburrimiento en los invitados, que esperan la hora en que puedan comenzar a “divertirse de verdad”. Vale decir, cuando puedan inaugurar la pista de baile, sobre todo si tienen nuestra edad.
Personalmente creo que mientras más partes ceremoniales haya, el brindis debe tener menor duración. Porque así ya estamos demostrando cuánto esmero ha habido en organizar la fiesta y el discurso reafirma nuestro empeño.
Generalmente, el brindis debe lograr conmovernos. Y qué mejor si es a través de la cantidad exacta de palabras: ni tan pocas que pasen desapercibidas ni tantas que necesitemos una almohada para fingir que las escuchamos.
Y a todo esto, ¿cuándo es el momento propicio para dirigirnos al público y alzar las copas? Pues según mi experiencia de asistente y colaboradora, debe darse inmediatamente después del baile de salón y terminar con el esperado: “a bailar se ha dicho”, que es precisamente el instante en que el maestro de ceremonias pide a todos que busquen a su pareja y se diviertan al son de la música.
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